Hechizo de amor by Susana Oro

Hechizo de amor by Susana Oro

autor:Susana Oro
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Novela
publicado: 2016-10-31T23:00:00+00:00


CAPÍTULO 11

El mundo es un pañuelo. Si señores, y muy pequeño. En el pasillo estaba esperando un hombre que Carmela conocía de su época de bailarina. Una pierna sobre su rodilla, que se movía al ritmo de la música que sonaba en el taller, lo había visto desde una pequeña mirilla que había hecho instalar en la puerta. Ella estaba guarecida en su oficina sin atreverse a hacerlo pasar.

El pasado era algo que había dejado atrás el día que su hijo y el abogado de su padre le pidieron que regresara para hacerse cargo de la fábrica. Ella no tuvo dudas que nada se podía dejar atrás, que el pasado la perseguía.

Necesitaba que alguien la salvara del problema, pero Ariana estaba de licencia, ahora por un dedo astillado, y Tadeo se había ido. Solo estaba el machista de Federico. Pedirle un favor a él era como esperar que cayeran billetes del cielo. ¿Y quién podía negar esa posibilidad?, todo era posible según los libros de autoayuda, y levantó el teléfono para marcar el interno del taller.

–¡Qué quieres, Carmela! Estoy bastante ocupado, se ha roto una máquina y la estoy desarmando –bramó Federico del otro lado de la línea. Ni hola jefa, ni buenas tardes Carmela. Nada, él estaba insoportable.

–Federico, tengo un problema. ¿Podrías ayudarme? –dijo Carmela en un susurro, ignorando su mal ánimo, era como si cada vez se acostumbraba más a sus exabruptos, y eso no era bueno para su salud mental. Se asomó por el ventanal que daba al taller y apretó los dientes al ver que no estaba arreglando ninguna máquina rota. No, él estaba parado en el pasillo con el teléfono en la oreja.

–No me digas que se te quebró la lima de uñas y quieres que vaya a la farmacia a comprarte una. ¿Te gusta de colores vivos o con florcitas, jefa? Ya sabes que este siervo está a tus órdenes, mi señora. Si me llamas por el cafecito de la tarde, ya corro a llevártelo –ironizó Federico, miró hacia la ventana de la oficina y le sonrió con burla.

–Vete al diablo, maldito estúpido. Ojalá se te caiga todo el pelo, los dientes y te quedes tuerto, rengo e impotente –dijo Carmela, y cortó. Sí, era más fácil que cayeran billetes del cielo, se dijo. Afuera estaba su pasado. Respiró profundo, se apartó de la ventana y se dispuso a enfrentar el problema.

Federico aún seguía mirando la ventana del primer piso sin dar crédito a todas las maldiciones que le había echado encima. Ella ya no estaba asomada, había desaparecido de su vista. Federico no podía creer su reacción cuando ella le había dicho: “Tengo un problema”. Era la primera vez que le pedía ayuda. Carmela siempre estaba haciendo sugerencias como, “que te parece si cambiamos el horario de trabajo”, o “sería bueno que cambiáramos de ubicación las máquinas”… Lo había llamado para decirle que tenía un problema, y él la había despachado con una ironía. Se había acostumbrado a estar a la defensiva con ella, y esta vez se había equivocado.



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